Dr. Arq. Claudio Galeno Ibaceta Director Escuela de Arquitectura Universidad Católica del Norte
Hace casi 43 años, en 1982, ingresaron los primeros estudiantes de la carrera de Arquitectura en la antigua Universidad del Norte. Fue la única escuela de arquitectura del desértico norte de Chile, y desde sus inicios enfrentó un desafío singular: comprender y responder a las complejidades de los diversos desiertos, sus asentamientos, sus arquitecturas y, sobre todo, sus comunidades.
En el contexto de este desafío, el 27 de agosto de 1982, el poeta y escritor antofagastino Andrés Sabella publicó una nota dedicada a esta Escuela en El Mercurio de Antofagasta, como un augurio para nuestra carrera. Citando al poeta arquitecto Pedro Prado, reflexionaba que la arquitectura debía ser la «continuación lógica del carácter de la región en el carácter de las casas».
Sabella también advertía sobre los peligros de construcciones ajenas a su realidad local, basadas en copias y normas inapropiadas.
Decía:
«Influencias perniciosas que nos falsean: elementos de construcción simulados con una cáscara superficial, errores contra la topografía y contra el clima y las condiciones asísmicas, y aberraciones bajo el punto de vista de la psicología (…)»
Por otro lado, recogía las ideas del arquitecto Patricio Gross, quien reivindicaba «formas bellas en su simplicidad y economía de materiales, sin alardes ni juegos estructurales, en íntimo acuerdo con el paisaje y la luz, sin ostentosas diferencias y donde se pueda gozar de un espacio construido a la escala del ser humano.»
Es sorprendente cómo estas palabras aún resuenan con verdad. Nos recuerdan la importancia de la verdad en los materiales y recursos, las particularidades climáticas de los lugares, y la escala humana en las arquitecturas. Son principios que nos permiten reflexionar sobre el cobijo, el recurso, el lenguaje, las expresiones formales legítimas y adecuadas, y la relevancia de los contextos.
En nuestra escuela, solemos explicar nuestra esencia a partir de cuatro estructuras profundas: Cobijo, Recurso, Lenguaje y Contexto. Sin embargo, bajo estos pilares subyacen dos ejes fundamentales que han dado forma a nuestra didáctica: la línea de patrimonio, y la línea de hombre entorno o mejor seres humanos y entorno. Estas líneas han impregnado de vitalidad e interés a nuestros estudiantes y titulados, conectándolos inseparablemente con el patrimonio, el medio ambiente o ambos.
Quiero destacar, además, que la historia de nuestra escuela no puede contarse sin mencionar a las mujeres que fueron fundamentales en su fundación, pensamiento y desarrollo. Ángela Schweitzer, pionera en la creación de esta escuela en un contexto adverso; Glenda Kapstein, precursora en la investigación sobre la arquitectura adecuada a los ambientes desérticos; y Magdalena «Cuca» Gutiérrez, una avanzada en la puesta en valor de la arquitectura en tierra. Estas mujeres, junto a muchos otros profesores y casi mil estudiantes que han egresado de nuestra carrera, han construido caminos y levantado puentes.
Siempre he dicho que nuestros estudiantes son notables. Son personas con pensamiento crítico, capaces de expresar sus ideas en público y de defender con seriedad los valores contemporáneos. También he aprendido que, más que una vocación innata, lo que define a un arquitecto es la voluntad, el trabajo perseverante y el aprendizaje constante. Ustedes han venido a formarse con nosotros, y cada uno ha trazado su propia trayectoria, desarrollando habilidades y apasionándose por temas, lugares y programas.
Formarse como arquitecto no es solo adquirir una profesión. Es formarse como persona, mirando el mundo con sensibilidad y compromiso. Como arquitectos y arquitectas, anhelamos y construimos ciudades más humanas y equitativas, y diseñamos arquitecturas visionarias que integran a las personas. En ustedes vemos esa capacidad transformadora.